14.7.10

La Era Aluvial (hasta 1943)

La línea del liberalismo conservador

La antigua élite republicana comenzó a precisar su posición y su conducta, una vez que descubrió que tenía en sus manos los instrumentos que podían asegurarle el goce de sus privilegios. La oligarquía creía que necesitaba impedir que el aluvión inmigratorio le arrebatara las ventajas logradas. El sector creía representar al país con mayor fidelidad que los advenedizos.

La oligarquía ganó el país, pero el ideario que defendían en el plano doctrinario cayó ensuciado por la torpeza con la que trataron de defender sus intereses. El problema es que, junto con el régimen cayó cierta tradición liberal que merecía salvarse.

Los principios

La evolución de la élite republicana hacía una organización cada vez más estrechamente oligárquica fue acelerada. El presidente del momento era el encargado de asignar a su sucesor, puesto que respondían a la creencia de que con ellos se continuaba una misma tradición política. Ante el empuje de la Argentina aluvial, el liberalismo adoptaba resueltamente una actitud conservadora. Su propósito fue desde entonces deslindar lo político de lo económico, acentuando en este último el espíritu renovador y conteniendo en el primero todo intento de evolución.

El capitalismo internacional llegaba poco a poco a su punto más elevado, y la Argentina constituía un área económica cuya explotación tentaba allí donde el capital buscaba inversiones ventajosas. Sirviendo los ideales del progreso económico, la oligarquía descubrió que convenía a los intereses de la nación, y aun a sus propios intereses de clase dominante, ofrecer al capital extranjero las posibilidades de realizar inversiones productivas en el país.

En cuanto a la renovación estatal, parecía urgente crear un Estado moderno y vigoroso, dotado de instrumentos legales que facilitaran la plena utilización del caudal humano que ahora poseía. Pero no le pareció menos importante a la oligarquía que el Estado quedara en sus manos, aun a riesgo de tener que abandonar los principios políticos de su doctrina liberal.

La política conservadora

En lo político fue donde los viejos ideales del liberalismo cayeron vencidos por los intereses de clase. Si la oligarquía lograba retener el poder, podía esperar ventajas importantes y prometedores privilegios, Se preparó para hacer cuanto fuera necesario para afirmarse en sus posiciones, actitud que le dio el nombre de “unicato”. El unicato se constituía además por obra de una fuerza ciega que moviera a la oligarquía a confiar la dictadura a un salvador capaz de contener las amenazas que se cernían a lo lejos sobre ella.

El régimen republicano quedaba desvirtuado por la decisiva influencia que ejercía el presidente y quedaban en sus manos todos los resortes que regían la vida institucional del país, sin excluir aquellos que debían asegurar el régimen federal. Un centralismo absorbente había sustituido las formas constitucionales de gobierno.

No había en la oligarquía quien conservara la vieja devoción por el pueblo. La universalidad del sufragio era vista como el triunfo de la ignorancia universal. Esta opinión sobre el sufragio explica la imperturbable impavidez con que los oficialismos preparaban y consumaban el fraude electoral. Todo un sistema estaba montado para dominar la situación en cada lugar y no se dejaba recurso alguno por explotar para asegurar el triunfo. La oligarquía estaba convencida de que no tenia frente a ella una oposición organizada, sino más bien una masa heterogénea que apenas comenzaba a esbozar por sus aspiraciones imprecisas.

La defensa de los intereses oligárquicos

Muy pronto el sector advirtió que el enriquecimiento del país y el de sus miembros podían ir de la mano y no vaciló en desvirtuar sus antiguos ideales en beneficio de sus nacientes privilegios. La gran riqueza de la oligarquía era la tierra, pero sus poseedores no obtenían de ella sino escasos rendimientos. Era imprescindible traer brazos que las trabajaran y acercarlas a los centros de distribución. Así comenzó a estimularse la inmigración y se empezaron a construir numerosas obras públicas, procurando que los beneficios de tales medidas recayeran sobre aquellas tierras. Estas obras públicas se concretaron gracias a la inserción de capital extranjero, mayormente británico. Pero estas inversiones de capital inglés adquirían forma de empréstitos que era necesario servir, y la deuda exterior alcanzó muy pronto cifras enormes que comprometían la estabilidad financiera del Estado y su propia autonomía. La obra de la burguesía consistió en valorizar su tierra por medio de concesiones y de ferrocarriles garantidos. Era cierto, la oligarquía trabajaba por el progreso material del país, pero orientaba su acción a satisfacer, por sobre todas las cosas, sus intereses.

Su punto de vista conservador se manifestó frente a la aparición de las primeras fuerzas obreras organizadas. En 1902, en vista del desarrollo que adquiría la resistencia contra los bajos salarios, el congreso sancionó la “ley de residencia”, que autorizaba al gobierno a expulsar extranjeros que se manifestaran como elementos activos en los conflictos sociales. En 1909 y 1910 la agitación obrera creció y a la severa represión respondió un anarquista atentando contra la vida del jefe de la policía y otro colocando una bomba en el Teatro Colón. La reacción fue, en 1910, el voto de la ley de “defensa social”, por la cual se extremaban las medidas contra los obreros organizados.

La legislación laica

La tendencia del espíritu abierto a la poderosa evolución del siglo con fe en la ciencia y en el progreso humano condujo a la oligarquía al planteo del problema religioso. En breve plazo hallaron soluciones graves referentes a la jurisdicción de la Iglesia, la cual, no sin resistencia, perdió importantes posiciones en la vida argentina. La ley de Registro Civil y la ley de “educación común”, fueron un claro ejemplo de esta pérdida de poder.

Frente a los católicos, los liberales defendieron el principio del Estado docente y el derecho a la libertad de conciencia, sintetizando su ideal en la fórmula de escuela laica, obligatoria y gratuita. La oligarquía se mostraba orgullosa de su actitud, de su superioridad intelectual y de su independencia de carácter.

Las vicisitudes del liberalismo

El divorcio entre los principios liberales y los principios democráticos condujo a la oligarquía a la crisis. Sus cimientos se debilitaban sin que la mayor parte de sus miembros lo advirtieran, pero no todos dejaron de observar el fenómeno. Había otros que, habiendo pertenecido a la oligarquía y habiendo representado sus principios, llegaron a ver claro en el panorama político y social de la república, como es el caso de Carlos Pellegrini y Joaquín V. González.

De la mano de personas como estas, volvía a florecer en el seno de la oligarquía el pensamiento liberal, generoso y humano, saturado de comprensión democrática. Debilitada la conciencia de clase y abierta una brecha en la estructura ideológica que la sustentaba, la oligarquía perdió su ímpetu y consintió en su entrega. El clamor unánime exigía la sanción de una ley que perfeccionara el sistema electora, y Roque Sáenz Peña se dispuso a satisfacer esa exigencia. Bien sabía Peña que los intereses transitorios de la oligarquía se condenaban con la sanción de la ley de voto secreto y obligatorio.

En cuanto entró en funcionamiento el nuevo instrumento electora, la oligarquía perdió sus posiciones, Todavía los grupos conservadores mantuvieron algunas posiciones en ciertas provincias, pero su vigor decrecía. Desde esta posición empobrecida no fue difícil el tránsito hacia lo que se llamo “nacionalismo”, adaptación de la ideología fascista que, después de 1922, comenzó a arraigar en algunos de aquellos sectores.



La línea de la democracia popular

En divergencia con la del liberalismo conservador, comenzó a dibujarse después de 1880 otra línea política: la democracia popular, que cobró poco a poco una dirección definida y un perfil seguro. La democracia popular nació como una aspiración en el seno del conglomerado criollo-inmigratorio y adquirió forma y sentido de movimiento político por obra de otros grupos que se aprestaron a la lucha contra la oligarquía. Estos ideales se concretaron en las reivindicaciones de la Unión Cívica. Uno de ellos, la Unión Cívica Radical, recibió la más importante aportación de simpatía popular.

La polarización del movimiento popular

Despreciada y olvidada por la oligarquía, la masa popular comenzaba a sentir en carne propia las consecuencias de la política del régimen. En todos los grupos se hallaba repercusión la grave situación económica que se planteo durante el gobierno de Juárez Celman. La crisis de 1889 y 1890 se agravó en la Argentina por la imprudente política económica de la oligarquía. El mal manejo de la economía repercutió en la opinión pública, que desde ya algún tiempo mostraba una inquietud en la política.

La primera expresión pública de ese despertar de la conciencia política fue la asamblea celebrada pos los grupos opositores a la oligarquía. Un profundo optimismo flotaba en las palabras de los oradores, ante el evidente despertar de la ciudadanía, adormecida por tantos años a causa de la acción deletérea del régimen. Era la mayoría del pueblo erigido en defensa de sus derechos, dispuesto a rescatarlos de quienes los usurpaban en beneficio propio. Era una mayoría la que había quedado al margen de la organización creada por el “unicato” para usufructuar el poder.

En las filas del movimiento popular estaban algunos grupos de la antigua élite. El heterogéneo conglomerado social opositor a la oligarquía abrazó con fervorosa esperanza la bandera de la Unión Cívica. Con fuerte apoyo militar y cálida repercusión en las masas populares, la revolución se preparó rápidamente y estallo en 1890. La revolución había sido vencida, pero el gobierno estaba muerto.

La canalización del movimiento popular

Tras ese instante de polarización de las fuerzas populares contra el régimen, las alternativas de la acción permitieron que cada uno de los sectores que se habían amalgamado se orientara según sus propias tendencias y se organizara como núcleo político definido. Se mantuvo cierta coincidencia en algunos ideales fundamentales: los de la democracia formal y los de la lucha contra la oligarquía.

La Unión Cívica manifestaba que intentaba derrocar al gobierno a fin de que el pueblo lo constituya sobre la base de la voluntad nacional y con la dignidad de otros tiempos, destruyendo a la oligarquía. Ya para 1891, el bloque se había separado en la Unión Cívica Nacional y la Unión Cívica Radical. La primera, encabezada por Mitre, aceptó la posibilidad de intentar un entendimiento con la oligarquía gobernante y fomentaban la conciliación nacional dentro de un régimen.

La Unión Cívica Radical, encabezada por Alem, adoptó una actitud refractaria a toda convivencia política con la oligarquía y a toda complicidad con el régimen electoral en vigor, basado en el fraude y la violación de la soberanía popular. Mientras esperó el triunfo, mantuvo la abstención electoral, para no contribuir con su presencia en los comicios a legitimar situaciones ilegales. Revolución y abstención fueron sus principios fundamentales.

El socialismo consideraba como secundario el problema político mismo porque veía encarnados en los principales partidos intereses económicos y sociales que conspiraban contra los del proletariado. Sostenía que todos los partidos de la clase rica argentina eran uno solo cuando se trataba de aumentar los beneficios del capital a costa del pueblo trabajador. El Partido Socialista pretendía representar solamente los intereses del pueblo trabajador. Sin embargo,el socialismo no fue el único cauce que tomó el movimiento obrero. Casi simultáneamente comenzó a desarrollarse el anarquismo.

De todas las ramas en que se escindió el movimiento popular la que tuvo más rápido desarrollo y alcanzo más rápida influencia fue la Unión Cívica Radical. Dentro del mismo partido, se encabezaron sendas revolucionarias sin relación entre sí, por parte de Alem e Yrigoyen. Fracasados los dos movimientos el partido entró en un periodo de crisis, en la que la hostilidad de ambos jefes dividía a sus partidarios y debilitaba al partido. Alem terminó por confesar su derrota a manos de quien ascendía hacia los primeros rangos de la Unión Cívica Radical: Hipólito Yrigoyen.

La resistencia de Yrigoyen a un nuevo acuerdo de la Unión Cívica Radical con los mitristas (actitud intransigente) permitió que llegara por segunda vez a la presidencia el general Roca y motivó la desaparición temporaria de la Unión Cívica Radical.

Poco después, Yrigoyen comenzó a preparar con sigilo un nuevo movimiento revolucionario. La Unión Cívica Radical crecía y se tonificaba, y la oligarquía llegó a convencerse de que agrupaba a la mayoría de la opinión pública. La Unión Cívica Radical acudió a los comicios y conquisto el gobierno en 1916.

El gobierno radical

En un principio, quedaron descartados los grupos oligárquicos tradicionales y ocuparon los puestos de comando hombres nuevos que estaban desligados de los intereses conservadores. Se pudo observar que faltaba un plan para la transformación del orden vigente durante el régimen. En la acción política, el presidente era reconocida como la más alta autoridad partidaria.

Dentro de los mismos gobiernos radicales hubo distintas ideologías. Alvear y los radicales agrupados a su alrededor -antipersonalistas- abandonaron ciertas tendencias que se insinuaban en el radicalismo. Pero fue la política de Yrigoyen la que representó el sentimiento político predominante en las masas que constituían el radicalismo y se consideraban mayoritarias.

La primera consigna de la Unión Cívica Radical al llegar al poder fue el cumplimiento de la corrección de los vicios políticos y administrativos propios del régimen conservador. Yrigoyen recogía y llevaba al gobierno la antigua hostilidad del radicalismo contra la oligarquía, que se manifestó también como repugnancia frente a la tradición liberal. Frente a la ofensiva que había desencadenado el imperialismo extranjero en el país, Yrigoyen afirmó los principios del nacionalismo económico y la necesidad urgente de defender el patrimonio nacional. También llevó al gobierno la preocupación por la defensa del catolicismo. Pero donde más claramente se puso de manifiesto el fermento antiliberal fue el ejercicio de la autoridad presidencia, autoridad que extremó hasta constituir un régimen que se definió públicamente como “personalísimo”. Yrigoyen exigió de sus partidarios que ocupaban funciones publicas mucha fidelidad, y se llegó a un sistema de gobierno cada vez más centralizado.

Acaso movido por el mismo afán de eliminar a los representantes de la oligarquía de cuantas posiciones conservaban, el gobierno radical no vaciló en apoyar el movimiento estudiantil que desencadenó en la reforma universitaria.

La línea del fascismo

Tras la revolución de 1930 se dibujó con trazo firme en la vida política y social de Argentina la línea del fascismo, que logró sobreponerse a todas las otras corrientes de opinión y prevalecer un tiempo hasta desvanecerse por el peso de su propio descrédito. Comenzó a notarse la presencia de tal línea política por la fuerza de las circunstancias nacionales y mundiales.

La Nueva República fue el núcleo inicial sobre el que ejercieron gran influencia Maurras y Mussolini. Su acción difundió la necesidad de gobiernos que mantuvieran el orden social, las jerarquías y la disciplina para evitar la amenaza del comunismo soviético.

Sobre Uriburu influyeron la concepción fascista, la tradicional concepción germanófila, la opinión de que los males del segundo gobierno de Yrigoyen estaban en la esencia de la democracia y la idea de que todo lo ocurrido en los últimos años era una desviación en el proceso político del país.

Dos puntos de vista en el seno de la revolución antipopular: fascismo y democracia fraudulenta

La revolución antipopular se desencadenó a causa de cierto malestar que comenzó a cundir en el país en los años que la precedieron. Para enfocar la crisis de1930 se adoptaron dos criterios: uno típicamente fascista y otros que podríamos llamar el de la democracia fraudulenta.

La revelación expresa de que el movimiento escondía una intención corporativista surgió muy pronto. Se creía que los representantes del pueblo debían dejar de ser los representantes de los comités políticos y deberían empezar a ocupar las bancas del Congreso miembros de gremios y corporaciones. El fascismo creciente era aristocratizante y apuntaba hacia los problemas del Estado sin reparar en los que planteaba el orden social. La opinión en contra de la política de “los políticos” fue reiterada por el jefe de la revolución y por los nacionalistas muchas veces.

Los partidos que se habían opuesto a Yrigoyen fueron conquistando posiciones gracias al apoyo que recibieron de algunos militares a quienes no satisfacía la perspectiva de una dictadura fascista. Esta circunstancia hizo que muy pronto se transformara en un problema determinar cuál había sido el fin de la revolución. Había quienes se oponían a la idea de que los ciudadanos no deberían tener un voto como simples ciudadanos, y expresaban que el sistema democrático que imperaba en el resto del mundo aseguraba el predominio de la opinión pública y no el de los comités políticos.

No todas las posiciones que se plantearon frente a la ofensiva fascista tuvieron idéntico sentido. Los socialistas, los demócratas progresistas y otros partidos afirmaban que no se oponían a examinar la posibilidad de una reforma constitucional una vez constituido el orden legal y siempre que fuera para ampliar la democracia, se agruparon en lo que se llamo “Concordancia”. Admitieron que era necesario defender las instituciones democráticas y sofocar al Partido Radical que poseía mayoría electoral.

El dilema estaba planteado. O el gobierno revolucionario optaba por la línea fascista, o se entregaba a los partidarios de una democracia basada en el fraude electoral.

La etapa de la democracia fraudulenta

El general Uriburu veía desvanecerse su plan de reformas fundamentales y se conformó con apoyar la candidatura del general Justo, que triunfó por medio del fraude y por el veto a la candidatura del candidato radical Alvear. Lo que se reanudaba era en el fondo el viejo duelo entre la democracia popular y la oligarquía. El panorama del país durante la etapa de la democracia fraudulenta mostró una disminución del sentimiento cívico y una disminución de las fuerzas progresistas capaces de provocar un avance social. Así pudo desarrollarse una situación política fundada en el fraude, apoyada en una coalición de tendencia conservadora que era respaldada por el ejército, la Iglesia y grupos fascistas.

No se apreciaba en los hombres que ejercían el gobierno ni en los que ocupaban las bancas del parlamento otra actitud que la de retener el poder para restaurar o ampliar los privilegios de la oligarquía. El gobierno no tenía otra solución que mantener el sistema de fraude, calificándolo de “patriótico”. Fraude y privilegio fueron las características de este período. Las consecuencias fueron graves, ya que comenzaban a desarrollarse las industrias y se constituía un nuevo reagrupamiento de las masas populares, a las que comenzó a invadir el escepticismo político.

El presidente Ortiz, llegado al poder mediante el fraude, despertó la esperanza de ver el fin del bastardo sistema político que intoxicaba al país, pero la enfermedad que le obligó a abandonar la presidencia en 1940 abatió esa esperanza. Así se preparaba la irrupción del fascismo.

El ascenso del fascismo

Pero se preparaba entre las pequeñas minorías y con diversas tendencias entre sus miembros. Estas asociaciones de tendencia fascista se multiplicaron. Desde 1933, y sobre todo con la llegada al país del embajador alemán von Thermann, la influencia de la doctrina hitlerista y de sus métodos de acción comenzaron a predominar en esos grupos.

En el desarrollo del movimiento fascista durante el decenio de 1933-1943, el estallido de la Segunda Guerra Mundial constituye una fecha fundamental. A poco de iniciarse el conflicto comenzó a intensificarse la propaganda y la acción filonazi, que fue aceptada por algunos de acuerdo con cierto principio de coherencia política. Los grupos nacionalistas atacaban desde sus primero tiempos a las potencias imperialistas. El nacionalismo forjó la creencia de que era necesario aprovechar la oportunidad que se brindaba de sacudir el yugo inglés.

Grave contraste pareció para el nacionalismo la política internacional de Ortiz, que parecía inclinarse hacia una neutralidad ligeramente benévola para con las potencias democráticas. Pero a partir de 1940, cuando asumió Castillo, aquella orientación viró su rumbo.

La revolución de junio de 1943

El presidente Castillo seguía siendo en el fondo un representante típico de la democracia fraudulenta. El año 1943 traía ya los agoreros de la declinación de la ofensiva nazifascista y el presidente se volvió hacia los que preferían retornar a la bastarda tranquilidad de la democracia fraudulenta. Nació por entonces la candidatura conservadora de Patrón Costas, que no satisfizo a los defensores del eje, que se agruparon en el GOU. Así los partidos políticos tradicionales que se oponían a la democracia fraudulenta se enfrentaban a la maniobra pronazi, que estrechaba sus filas, se preparaba para actuar por la fuerza y trataba de definir sus posiciones como si fueran ideales de gobierno.

Era evidente que el propósito era reducir la vida cívica del país hasta sus límites extremos y encuadrarla dentro de férreos marcos militares. El fascismo proseguía su avance y entraba en plena tarea de organización.

2 comentarios:

  1. Anónimo17.7.11

    euuu te faltoo..... el nuevo orden, la fuerza de reserva. la búsqueda de la formula supletoria: crisis de los partidos políticos, poder militar poder sindical, movimientos populares, polarización alrededor de Peron, camino para la salida de esto y liberación nacional

    ResponderEliminar
  2. Anónimo2.12.11

    agradece lo q hay

    ResponderEliminar