14.7.10

Romero 1880-1943

1880-1916

La definición del proyecto de “Nación Argentina”

Durante la segunda mitad del siglo XIX, las exportaciones de lana, carnes y cereales se convirtieron en el factor dinámico de la economía argentina. La economía se especializó en la producción de productos primarios para la exportación y la Argentina se integró al mercado internacional capitalista como periferia proveedora de alimentos y materias primas. Con este modelo también se afirmó el dominio de los terratenientes exportadores sobre el conjunto de la sociedad. Estos sectores sociales constituyeron una elite que controló al Estado y organizó un régimen de gobierno oligárquico que excluyó a la mayoría de la población argentina de la participación política.

El régimen oligárquico estuvo basado sobre un estricto control del acceso a los cargos de gobierno y de la administración pública y sobre el habitual recurso del fraude electoral. El carácter voluntario y no secreto del voto facilitó la tarea de asegurar los principales cargos de gobierno para los grupos vinculados con el Partido Autonomista Nacional. También contribuyó a la exclusión el hecho de que la mayoría de los trabajadores fueran inmigrantes extranjeros, que no gozaban de los mismos derechos políticos a menos que adquirieran la ciudadanía argentina.

La organización de la economía primaria exportadora

Nuevas demandas del mercado internacional y crecimiento “hacia afuera”

A mediados del siglo XIX, el desarrollo de la industrialización en Gran Bretaña y el continente europeo definió una nueva división internacional del trabajo. Los países industrializados (centrales) comenzaron a demandar de los países productores de materias primas (periferias) insumos para sus industrias y alimentos para su población. A partir de 1880, la nueva vinculación del país con la economía mundial originó importantes transformaciones económicas y en la organización de la sociedad y el régimen político. El nuevo lugar en la economía mundial significaba una asociación estrecha con Gran Bretaña. El afianzamiento de este modelo de desarrollo económico “hacia afuera” fortaleció el dominio sobre el conjunto de la sociedad por parte del grupo de capitalistas agrarios. Este dominio se manifestó en el establecimiento de un régimen político fuertemente restrictivo y en el control del gobierno por parte de una elite política representante de los intereses de los grupos de mayor poder económico y social.

Comercio exterior, la inmigración e inversiones extranjeras

La expansión económica que se gestaba en la argentina estuvo profundamente relacionada con el impacto de la revolución tecnológica sobre la navegación, el costo de los transportes y la industria frigorífica que permitió la conservación de productos perecederos. Otros aspectos fundamentales del proceso de expansión económica fueron las grandes corrientes migratorias y los movimientos internacionales de capitales que se registraron entre 1875 y 1914.

Hacia 1860, la escasez de la mano de obra en la zona pampeana planteaba un obstáculo para la explotación de las tierras. Esta dificultad fue superada a partir de la incorporación de fuertes contingentes migratorios provenientes del exterior.

Los capitales extranjeros llegaron principalmente desde Gran Bretaña. Los principales destinos de las inversiones fueron préstamos al gobierno, ferrocarriles y compañías colonizadoras de tierras. También se registró un notable incremento de las inversiones en el sector bancario y en frigoríficos. El liberalismo económico en la Argentina alcanzó su máxima expresión durante la administración de Juárez Celman, otorgando concesiones a empresas extranjeras.

La expansión de la agricultura

La expansión de la línea de frontera y la expulsión de los indígenas junto con el avance del ferrocarril, que redujo considerablemente los costos de transporte, facilitaron la incorporación de nuevas tierras para el cultivo. Además, los gobiernos que se sucedieron a partir de 1880 tomaron una serie de medidas que favorecieron el desarrollo de la producción agrícola destinada a la exportación. La Sociedad Rural Argentina fue fundada en 1866 por un grupo de los más importantes terratenientes del país dedicados, en esa época, a la cría del ovino. Su lema era “cultivar el suelo es servir a la patria”, y se mostró preocupada por el desarrollo de la agricultura en el país.

Colonos, aparceros y arrendatarios

En algunas provincias, el desarrollo de la agricultura de cereales estuvo asociado con la instalación y el desarrollo de las colonias agrícolas, de inmigrantes primero, y las organizadas por compañías colonizadoras vinculadas con los ferrocarriles, más tarde. Estos colonos le compraban las tierras a los terratenientes a los Estados provinciales o a las compañías colonizadoras.

Los terratenientes utilizaron dos sistemas: el sistema de aparcería y el sistema de arriendo. En el primero, los estancieros dividían sus latifundios y entregaban parcelas de una extensión variable, según la disponibilidad de capital con que contaran los interesados. El terrateniente aportaba el capital fijo y el capital variable necesario para la producción. El productor directo aportaba su trabajo y recibía la mitad del producto de la cosecha. En el segundo sistema, el arrendatario se comprometía a pagar al terrateniente un arriendo en dinero y él mismo disponía del capital suficiente para poner en marcha la producción. A partir de 1900, cada vez más terratenientes ganaderos decidieron diversificar su producción y comenzaron a organizar la explotación agrícola por su propia cuenta y, a través de empresas capitalistas, contrataban mano de obra asalariada.

La expansión de la ganadería

La nueva producción vacuna: la diferenciación entre terratenientes invernadores y criadores

El refinamiento de las pautas de consumo de los habitantes de las ciudades planteó a los hacendados la necesidad de mejorar la calidad de las carnes destinadas al abastecimiento del mercado interno. Comenzaron a organizar zonas de invernada, más cerca de los centros de consumo que disminuía los viajes y aumentaba la calidad de la carne. Esto dio origen a la diferenciación entre los invernadores y criadores, que ante la disminución de la demanda internacional de carnes finas, dejaron de invertir en el mejoramiento de los stocks vacunos.

Los frigoríficos: el enfrentamiento entre productores ganaderos y empresas industrializadoras

En los primeros años del siglo XX, la exportación de ganado en pie hacia Inglaterra fue reemplazada por exportaciones de carnes enfriadas y congeladas. Para lograr esto, los ganaderos tuvieron que intensificar el mejoramiento de sus rodeos mediante la alimentación y la cruza con animales finos de origen extranjero. Los campos de invernada se extendieron y se incorporaron los alambrados. Los mercados europeos dejaron de aceptar exportaciones en pie y los frigoríficos fueron la única posibilidad de exportación de carne. Los productores ganaderos frecuentemente se enfrentaron con las empresas industrializadoras por el precio de venta del ganado.

Los cambios en la producción Industrial

La expansión de las exportaciones de productos agropecuarios tuvo un fuerte impacto sobre la producción industrial del país. Por un lado hizo posible la instalación de las primeras plantas fabriles modernas, pero por otro lado, acentuó la decadencia de las industrias artesanales. La gran expansión produjo un aumento general en los ingresos de la población y esto se tradujo en un aumento de la demanda de diferentes bienes de consumo.

Expansión de la economía primaria exportadora, crecimiento urbano y diversificación de la sociedad

A partir de 1880, ante la expansión agroexportadora, los terratenientes y sus socios comerciales realizaron fuertes inversiones en nuevas tecnologías y en la modernización y extensión de los sistemas de transporte. Esta expansión dio un fuerte impulso al crecimiento de los centros urbanos más importantes del país y originó la diferenciación de nuevos grupos sociales entre la población urbana y rural. Ante la llegada de los inmigrantes y el crecimiento de la población, el gobierno tuvo que emprender una ampliación de los servicios urbanos, que a su vez significó la ampliación de la oferta de trabajo.

La inmigración extranjera

Esta corriente inmigratoria formó parte de los grandes movimientos de personas que desde diversos países de Europa se desplazaron hacia otros continentes durante la segunda mitad del siglo XIX. Los migrantes dejaron sus países de origen por falta de empleo y por las dificultades que enfrentaban para sobrevivir. La decisión de migrar estuvo ligada con las expectativas de mejorar el nivel de ingresos y mejorar su posición social en el nuevo país de residencia o en el de origen, si es que decidía volver. Otros factores que fomentaron la inmigración fueron la disminución de los costos de transporte marítimo y la propaganda desplegada por los gobiernos de algunos Estados. El gobierno abrió una serie de agencias en Europa con el objeto de estimular la inmigración, ofreciendo el financiamiento del pasaje, la provisión de alojamiento y el traslado al lugar de residencia definitivo. La argentina recibió predominantemente inmigrantes provenientes de los países del sur de Europa.

Localización y ocupaciones de los inmigrantes

Muchos de los inmigrantes arribaron con la esperanza de convertirse en propietarios de una parcela de tierra de cultivo. Aunque la producción agropecuaria se hallaba en pleno auge, la mayor parte de los inmigrantes no logró transformarse en propietario de tierras. Estas eran de los grandes terratenientes y el acceso a las mismas era muy difícil. En las áreas rurales tampoco se registraba una demanda de mano de obra asalariada estable. Por estas razones, la gran mayoría de los inmigrantes se quedó a vivir en las ciudades y se emplearon como trabajadores asalariados en diversas actividades económicas urbanas. También podían trabajar en los numerosos talleres industriales que existía en esas ciudades y otros centros urbanos del Litoral.

El proceso de urbanización

Entre 1895 y 1914 el país experimentó un proceso de intensa urbanización, que se manifestó en el aumento de centros urbanos y en el enorme crecimiento de las grandes ciudades. Pero este proceso no fue resultado del desarrollo de un paralelo proceso de industrialización. El desarrollo de las nuevas actividades urbanas, secundarias o terciarias, de mínima elaboración, originó la diferenciación de la población urbana en diversos grupos según el trabajo que desarrollaban y el nivel de ingresos que obtenían. Los profesionales que trabajaban de forma independiente conformaron los sectores medios urbanos o clases medias. Al mismo tiempo, en las ciudades se fueron diferenciando otros tipos de trabajadores que trabajaban en los talleres y, junto con los obreros de la industria agropecuaria, constituyeron los sectores populares urbanos o clase popular.

La elite tradicional

El sector de mayor poder económico y social estaba integrado por familias criollas tradicionales vinculadas con el comercio de exportación de carnes y cereales. Este grupo, la elite tradicional, intentaba diferenciarse del resto de la sociedad presentándose como los “auténticos representantes de la nacionalidad”. Los “nuevos ricos”, beneficiados por las nuevas posibilidades de enriquecimiento, accedieron a este núcleo privilegiado y fueron reconocidos como parte de la elite.

La organización del régimen de gobierno oligárquico

En 1880, después de la definitiva subordinación de Buenos Aires al Estado nacional, el general Julio A. Roca asumió como presidente de la República y proclamó como lema de su gobierno “Paz y administración”. Roca sabía que podía asegurar la obediencia de las autoridades constituidas a través de la intervención del poderoso ejército que respondía a las órdenes del presidente, pero también pensaba que esta meta podía ser lograda a través de un gobierno ordenado y estable. De esta manera se propuso establecer quiénes serían los encargados de gobernar. Aspiraban a que este nuevo régimen fuera reconocido como legítimo, para lo cual era necesario que se generalizara una creencia compartida acerca de la justicia de las reglas que establecían la organización del poder político.

Bajo las ideas de Alberdi, los grupos dirigentes fueron organizando un régimen que procuraba conciliar los valores de una república abierta a todos, con los valores jerárquicos de una república restrictiva, circunscripta a unos pocos. Este régimen limitaba la participación política de la población. La minoría privilegiada legitimó su poder político en su poder económico y en su educación y preparación para el gobierno. Este criterio de legitimidad fundado en la riqueza permite caracterizar al gobierno como oligárquico. La limitación de la participación política no generó conflictos sociales mientras se desarrolló una expansión económica sostenida.

El control de los cargos de gobierno y el fraude electoral

Para Roca y para Alberdi, la clave para lograr un gobierno efectivo que asegurara la paz y garantizara las condiciones para el desarrollo del progreso era el mecanismo de elección de los gobernantes. Las elecciones consistían en la designación del sucesor por el funcionario saliente. En el sistema de gobierno había electores, poder electora, elecciones y control, pero en la práctica no funcionaba. De este modo, la concentración del poder electoral clausuraba el acceso a los cargos gubernamentales para otros pretendientes que no fueran los designados por el funcionario saliente. Así se consolidó un sistema de hegemonía gubernamental, dominado por la minoría oligárquica. Eran los miembros de la oligarquía nucleada en el Partido Autonomista Nacional quienes designaban los cargos de gobierno.

El gobierno impedía el acceso de los candidatos de la oposición a los cargos legislativos y se aseguraba la integración del Colegio Electoral con hombres de su confianza. A través de los caudillos electorales, los líderes políticos del partido gobernante controlaban los comicios, interviniendo de diferentes formas en el momento de la emisión del voto por parte de los ciudadanos. Muy frecuentemente se organizaban votos colectivos, la repetición del voto y la compra de sufragios. La violencia también era un medio para impedir que los miembros de las parcialidades opositoras se acercaran a las mesas electorales.

El régimen oligárquico fue a la vez liberal y conservador. Desde 1880, la elite gobernante propuso leyes e impulsó obras que significaron la concreción de los ideales del liberalismo y su difusión en la sociedad. El avance de la secularización en las políticas de gobierno originó el enfrentamiento con la jerarquía de la Iglesia Católica. Sin embargo, al mismo tiempo, la clase gobernante mantuvo la restricción de los derechos políticos de los ciudadanos, denotando un sistema conservador.

El proyecto educativo: la ley de educación común

Con una mayoría de congresales de orientación ideológica liberal, el Congreso Pedagógico reunido con el fin de discutir las bases del tipo de educación, llegó a la conclusión de que la enseñanza en las “escuelas comunes” debía ser gratuita y obligatoria. También hizo propuestas sobre la educación rural, escuelas de adultos y escuelas especiales. El Congreso evitó pronunciarse sobre la cuestión religiosa vinculada con el problema de la educación. En 1884, se sancionó la Ley de Educación Común, que incluía las recomendaciones y propuestas enumeradas en las conclusiones del Congreso Pedagógico.

La construcción de la “nacionalidad” argentina

Los miembros de la elite dirigente comenzaron a advertir y a preocuparse por la falta de integración de la enrome cantidad de extranjeros. Advirtieron que el proceso social y cultural no podía abandonarse a su movimiento espontáneo y que el Estado nacional debía prestar atención a las celebraciones de las fiestas patrias, ala colocación de banderas y a la enseñanza del pasado en la escuela. Al mismo tiempo, los gobernantes procuraron despertar la adhesión de los extranjeros a la nacionalidad argentina.

La crisis del régimen de exclusión política

La crisis económica de 1890

Desde mediados de la década de 1880, los problemas financieros pusieron en crisis la estabilidad del gobierno y favorecieron la organización de la oposición política sobre nuevas bases. Esta crisis tuvo la particularidad de desencadenarse en la Argentina y de arrastrar con ella a uno de los más importantes inversores británicos: la banca Baring. Desde 1885 comenzó un proceso de pérdida de valor del peso argentino, resultando en inflación y en la pérdida del valor adquisitivo en pesos. Esta inflación resultaba beneficiosa para los sectores vinculados con la exportación, pero perjudicaba a quienes dependían de ingresos fijos. Entre 1887 y 1889 tuvo lugar el primer movimiento huelguístico de importancia en el país. Ante estas manifestaciones de descontento social, la oposición política ganó confianza e inició una revolución con el objetivo de derrocar al gobierno.

La revolución del parque

La oposición contra la gestión del presidente Juárez Celman fue encabezada por la Unión Cívica, organizada por Bartolomé Mitre y Leandro N. Alem. Estos invitaron a los habitantes que no estuvieran de acuerdo con el gobierno a reuniones abiertas. La situación se agravó cuando algunos grupos del PAN le retiraron su apoyo al gobierno de Celman. La Unión Cívica y estos grupos del PAN estaban de acuerdo en que era necesario terminar con la corrupción administrativa que se había generalizado. Pero los opositores no estaban de acuerdo entre ellos sobre los objetivos políticos que debía tener el movimiento contra el gobierno. La Unión Cívica, que contaba con el apoyo de un sector del ejército, decidió enfrentar militarmente al gobierno. La revolución fue derrotada, pero Celman renunció. Con el acuerdo de la fracción de la Unión Cívica liderada por Mitre, Carlos Pellegrini asumió la presidencia con el objetivo de restablecer el control oligárquico.

La continuidad oligárquica

Hasta 1910 se sucedieron presidentes cuyo mantenimiento o no en el gobierno dependía de si contaban con el apoyo de los notables del PAN y otras facciones de minoría dirigente. Entre 1890 y la Primera Guerra Mundial, el grupo gobernante no encontró una solución política adecuada a las transformaciones económicas y sociales que se estaban produciendo en el país. La población había crecido, pero la elite no encontró mecanismos para comunicarse con ella y transmitirle sus valores. Por esta razón, cuando en 1912 entró en vigencia un nuevo sistema electoral basado en el sufragio universal y sin fraude, la oligarquía conservadora comprobó que la adhesión que tenía entre los ciudadanos era minoritaria.

La Unción Cívica Radical

Desde 1890, la Unión Cívica se consolidó como una organización política de un nuevo tipo que produjo un cambio en el modo de comprender y hacer política. Sus dirigentes impugnaron la legitimidad del régimen basado sobre la exclusión y el fraude electoral. Luego de la revolución que fracasó, la Unión Cívica se fragmentó en dos líneas. La Unión Cívica Nacional, conducida por mitre y la Unión Cívica Radical, liderada por Alem. La UCN propuso el acuerdo con el gobierno y en los años siguientes ocuparon cargos legislativos. La UCR se orientó hacia la intransigencia, negando la legitimidad al acuerdo y decidieron mantenerse en la resistencia. En 1904, Yrigoyen asumió como jefe de la UCR e impuso la línea de la abstención electoral. En 1905, la revolución impulsada por Yrigoyen fracasó, pero advirtió al gobierno sobre los riesgos de mantener por mucho más tiempo la restricción del sistema político. Desde entonces, entre la minoría dominante se acentuó la preocupación por transformar las reglas del juego para lograr la participación política de sectores hasta entonces excluidos. El mantenimiento de esta exclusión parecía más peligroso que una incorporación política controlada por la oligarquía.

La Ley Sáenz Peña: hacia la democracia ampliada

En el centenario de la Revolución de Mayo el discurso oficial apenas alcanzaba a disimular la otra cara de la realidad: una huelga general aún peor que la del año anterior y una bomba en el Teatro Colón puso en evidencias las tensiones y la violencia. Una honda preocupación por el rumbo de la nación invadía a los espíritus más reflexivos.

A principios de 1912 fueron sancionadas las leyes que establecieron una reforma electoral: una ordenaba la confección de un nuevo padrón electoral y la otra instuía el voto secreto y obligatorio. En los años siguientes los conservadores no lograron consolidar un partido político con apoyo popular. El radicalismo, en cambio, se convirtió en el movimiento político más poderoso del país. En 1916, Hipólito Yrigoyen asumió la presidencia de la República Argentina.

1916-1930

Hipólito Yrigoyen fue presidente entre 1916 y 1922, año en que lo sucedió Marcelo T. de Alvear. Aunque los dos eran radicales, ambos presidentes eran muy diferentes entre sí. Yrigoyen, para unos, era quien venía a develar el régimen y a iniciar la regeneración. Para otros era el caudillo ignorante y demagogo. Alvear, en cambio fue identificado con los grandes presidentes del viejo régimen y su política se asimiló con los vicios o virtudes de aquel. Ambos tuvieron el doble desafío de poner en pie las flamantes instituciones democráticas y conducir las demandas de reforma de la sociedad, que el radicalismo había prometido.

La Primer Guerra Mundial modificó todos los datos de la realidad: la economía, la política o la cultura. Inicialmente Yrigoyen mantuvo la política de Victorino de la Plaza, su antecesor: la “neutralidad benévola” hacia los aliados suponía continuar con el abastecimiento de los clientes tradicionales. Estados Unidos pretendió arrastrar consigo a los países latinoamericanos, luego del ataque de Alemania. La Argentina había resistido tradicionalmente las apelaciones del panamericanismo, una doctrina que suponía la identidad de intereses entre Estados Unidos y sus vecinos americanos. Las opiniones se dividieron de un modo singular: el Ejército tenía simpatías por Alemania, mientras que la Marina se alineaba por Gran Bretaña. Yrigoyen mantuvo una neutralidad que no lo enemistaba con los aliados, pero lo distanciaba de Estados unidos. El sentimiento antinorteamericano había venido creciendo desde 1898. Un escritor había identificado a Estados Unidos con el materialismo, contraponiéndolo al espiritualismo hispanoamericano. La postulación de una unidad latinoamericana militante contra el agresor fue reforzada por la Revolución Mexicana. Esta Unión Latinoamericana recogía los motivos antiimperialistas también presentes en otro movimiento de dimensión latinoamericana: la Reforma Universitaria.

Crisis social y nueva estabilidad

El gobierno radical se propuso expandir la economía primaria y modificar la distribución de la riqueza en favor de los trabajadores urbanos. Este proyecto se vio dificultado por la situación económica internacional que originó la Primera Guerra Mundial. Entre 1913 y 1917, la economía argentina vivió una depresión originada por la interrupción de las exportaciones y disminución de las importaciones. El desempleo se generalizó y, cuando en 1918 comenzó un período de auge, se generalizó la inflación. Las huelgas comenzaron a multiplicarse en las ciudades, y la fuera de las mismas se incrementaba por su capacidad de obstaculizar o paralizar el embarque de las cosechas. Estos reclamos tuvieron éxito en buena medida por la nueva actitud del gobierno, que abandonó la política de represión, colocándolo en la posición de arbitro entre las partes. Esta predisposición negociadora parecía dirigirse especialmente a los trabajadores de la Capital, potenciales votantes de la UCR.

Tanto los sindicalistas como el gobierno transitaban por una zona de equilibrio muy estrecha, que la propia dinámica del conflicto clausuró en 1919. Una huelga realizada por los obreros de la metalúrgica Vasena en reclamo de una jornada laboral de ocho horas se extendió a otras fábricas de la Capital Federal. El gobierno decidió imponer el orden enviando a la policía y luego al ejército. Los enfrentamientos se sucedieron durante varios días con varios muertos y los acontecimientos fueron recordados como la “Semana Trágica”.

Este año marcó una inflexión en la política que era, hasta entonces, algo benévola y tolerante. Luego de la experiencia de 1919, el gobierno abandonó sus veleidades reformistas y retomó los mecanismos clásicos de la represión, ahora con la colaboración de la Liga Patriótica. La ola huelguística se había atenuado en las grandes ciudades, aunque perduraba en zonas más alejadas. En estos lugares, los efectos de la coyuntura económica internacional, traducido por empresas incontroladas que perjudicaron a los trabajadores, hicieron estallar entre 1919 y 1921 fuertes movimientos huelguísticos. El gobierno autorizó a que fueran sometidos mediante ejercicios de represión militar.

Los sectores propietarios, derrotados en 1916, conservaron inicialmente mucho poder institucional, pero estaban a la defensiva. En 1919, los fantasmas de la revolución social los despertaron bruscamente, fundando la Liga Patriótica Argentina. Esta liga se movilizó en defensa del orden y la propiedad y la reivindicación chauvinista del patriotismo y la nacionalidad, amenazada por la infiltración extranjera. Fue notable su capacidad de organizar un gran numero de brigadas que imponían el orden a palos y presionaban al gobierno, que tuvo en cuenta la magnitud de las fuerzas polarizadas en torno de la Liga. La Liga se presentó como una contrarrevolución, aportando los motivos del orden y la patria. Representaban el rechazo a la movilización social y la crítica a la democracia liberal.

La llegada al gobierno de Alvear, tranquilizó a las clases propietarias. La Liga Patriótica se dedicó al “humanitarismo práctico” organizando escuelas, creando bibliotecas y fomentando obras de caridad. El Ejército empezó a interesarse en la marcha de los asuntos políticos, quizá molesto por la forma en que Yrigoyen lo empleaba para abrir o cerrar la válvula del control social. El antiliberalismo que nutre todas estas manifestaciones resultó eficaz como arma de choque y discurso unificador. Estos movimientos consideraban necesario volver a discutir cuál era el lugar de la Argentina en el mundo, qué papel debía cumplir el Estado en los conflictos sociales, cómo podían articularse los distintos intereses propietarios y otras cuestiones que habían sido desatendidas por Yrigoyen.

Surge la pregunta de hasta qué punto eran justificados los terrores de la derecha. La ola de huelgas no estaba guiada por un propósito explícito de subversión del poder, sino que expresaba la magnitud de los reclamos acumulados durante un largo período. Los sindicalistas apostaron a la negociación entre los sindicatos y el Estado. El Partido Socialista estaba también lejos de posturas de ruptura, y consideraba el perfeccionamiento de la democracia liberal como última instancia de una modernización que debía remover obstáculos tradicionales. El socialismo apostó todas sus cartas a las elecciones, y reunió en la Capital un importante caudal de votos. Buscaban la posibilidad de crear en el Congreso un ámbito de representación y apostaban en la ilustración de la clase obrera, por medio de una acción educadora. Pacifistas partidarios de la Unión Soviética confluyeron finalmente en el Partido Comunista. Pero otras tendencias progresistas, relacionadas con el leninismo, emergieron en el antiimperialismo de esa época y en el pensamiento de la Reforma Universitaria.

La acción sistemática de la escuela pública había generado una sociedad fuertemente alfabetizada, y la preocupación en torno a la “cuestión nacional” se fue desdibujando. La expansión de la cultura letrada forma parte del proceso de movilidad social al que aspiró la sociedad. Quizá por eso la Universidad constituyó un problema importante para este sociedad en expansión. La Reforma Universitaria se vinculó con otras vertientes latinoamericanas, que se alimentaron con las corrientes del pensamiento social y progresista de Europa y dieron el tono a una actitud reflexiva y crítica acerca de la sociedad y sus problemas. La aspiración al ascenso individual es solo un aspecto de esa nueva cultura que caracteriza a los sectores populares. Una cierta holgura económica aumentó el tiempo libre disponible, que empezó a ser ocupado por espectáculos culturales o de mero entretenimiento. Estos espectáculos, como el fútbol, tendieron a la homogeneización de la sociedad, en torno de una cultura compartida por sectores sociales diversos.

La economía en un mundo triangular

Con la Primera Guerra Mundial terminó la etapa del crecimiento relativamente fácil de la economía argentina. Desde 1914 se entra en un mundo más complejo, de manejo más delicado. La guerra puso de manifiesto la vulnerabilidad de la economía argentina, sostenida por las exportaciones y el ingreso de capitales extranjeros. Las exportaciones agrícolas disminuyeron junto con los capitales. Los inversores de Gran Bretaña no estaban en condiciones de alimentar la economía, y su lugar fue ocupado por lo banqueros norteamericanos. Esta fuerte presencia de Estados Unidos se manifestó por un fuerte impulso exportador de automóviles y otros productos de consumo masivo. Las grandes empresas industriales realizaron inversiones y avanzaron sobre las empresas de servicios públicos como el ferrocarril.

Por otra parte, la vieja relación “especial” con Gran Bretaña se sostenía sobre bases mínimas: las exportaciones de cereales y carne eran pagadas con algunos productos manufacturados y material ferroviario. La Argentina carecía de compradores alternativos, y Gran Bretaña podía presionar al gobierno con volcar sus compras a los países del Commonwealth, fomentando el proteccionismo. La Argentina era parte de un triángulo económico mundial, debiéndose manejar entre las dos potencias. Gracias a la venta de carne enlatada, los años finales fueron excelentes, pero luego las ventas se derrumbaron. Desde ese momento se desató un conflicto entre los criadores y los invernadores, quienes suministraban el ganado fino. El episodio probó el enorme poder de los frigoríficos, que terminó por sancionar, durante el gobierno de Alvear un conjunto de leyes que protegían a los consumidores locales y a los frigoríficos.

En los primeros años, se mantuvo la ilusión de venderle a los Estados Unidos, pero este no compraba. La Sociedad rural invitó a restringir la presencia norteamericana en la economía tras la consigna de “comprar a quien nos compra”. La expansión de la agricultura se proyectó, y el gobierno encaró una vigorosa empresa de colonización.

La guerra había tenido efectos fuertemente negativos sobre la industria que se había constituido en la época de la gran expansión agropecuaria dependiente de materias primas o combustibles importados. Apenas esta concluyó comenzó una sostenida expansión, que se prolongó hasta 1930. Las ya citadas inversiones norteamericanas fueron el principal factor de esa expansión. Gran Bretaña se encontraba preocupada tanto por el destino de las divisas como por la creciente competencia en algunos rubros de su antiguo negocio..

Ni la cuestión agraria ni la industrial estaban en el centro de la preocupación de los gobernantes, mucho más angustiados por los problemas presupuestarios. La guerra había puesto en evidencia la precariedad del financiamiento del Estado, apoyado en los ingresos de la Aduana. El gobierno de Yrigoyen respondió a las crisis con una amplia distribución de empleos públicos. Alvear intentó una política fiscal ortodoxa, pero terminó por recurrir a la misma distribución de puestos que su antecesor. En cualquier caso, era claro que el Estado debía buscar otra forma de financiar sus gastos.

Difícil construcción de la democracia

La reforma electoral de 1912 proponía a la vez ampliar la ciudadanía, garantizar su expresión y asegurar el respeto de las minorías y el control de la gestión. Respecto de la participación electoral, la masa de inmigrantes siguió sin nacionalizarse. Concedida, antes que conseguida, la ciudadanía se constituyó lentamente en la sociedad, fomentada por comités o centros creados que trataban de hacer de la práctica electoral una rutina. En buena medida, estas funcionaban al viejo estilo clientelar, tratando de influir en el voto de los beneficiados. Más específicamente estos centros apuntaban a la educación y a la integración del ciudadano y su familia en una red de sociabilidad integral, formando al ciudadano educado y consciente de sus derechos.

El crecimiento de los partidos da la medida del arraigo de la nueva democracia. La Unión Cívica Radical demostró una preocupación muy moderna por adecuar sus ofertas a las cambiantes demandas de la gente. El Partido Socialista también tenía una organización formal, pero carecía de dimensión nacional. Los partidos de derecha solo se constituyeron en el nivel provincial.

La participación, finalmente, arraigó y se canalizó a través de los partidos, como lo testimonian las cifras de los comicios. Pero en cambio, el delicado mecanismo institucional, que también es propio de las democracias, no llegó a constituirse plenamente, y la responsabilidad le cupo a todos los actores.

El radicalismo logró, en 1918, obtener la mayoría en la Cámara de Diputados, pero la clave seguía pasando por el control de los gobiernos provinciales. Yrigoyen no vaciló en intervenir las provincias desafectas, organizando luego elecciones en las que triunfaban sus candidatos. Yrigoyen planteó un conflicto con el Congreso desde el primer día de su mandato. Este conflicto se hizo evidente con las intervenciones estatales, solicitando en unas pocas una ley parlamentaria para intervenir.

Si bien Yrigoyen reiteraba prácticas muy arraigadas, su justificación era novedosa. El presidente debía cumplir un mandato y una misión, la “reparación”, y eso lo colocaba por encima de los mecanismos institucionales.

Es posible que la elección de Alvear por Yrigoyen apuntara a limar asperezas con unos sectores opositores. El popular Yrigoyen fue contrapuesto al oligárquico Alvear. A fines de 1923 Alvear pareció inclinarse decididamente por el grupo opositor, al nombrar ministro del Interior a Vicente Gallo, de la corriente denominada antipersonalista. Desde entonces Alvear quedó en el medio del fuego cruzado entre antipersonalistas y los yrigoyenistas.

La derecha conservadora estaba por entonces totalmente volcada a impedir el retorno de Yrigoyen, en quien veía encarnados los peores vicios de la democracia. A diferencia de 1916, la derecha política estaba segura de sus objetivos, y del apoyo que tenía entre las clases propietarias. La Liga Republicana pugnaba en contra del sufragio universal y la democracia oscura, que debía ser reemplazada por la segura dirección de un jefe, rodeado de una elite. Se comenzó, también, a darle más importancia a las Fuerzas Armadas. La adhesión manifiesta del general Uriburu permitía alentar esperanzas de un golpe militar regenerador, oferta que se le daba a los grupos nacionalistas.

Las Fuerzas Armadas bajo la conducción del general Justo se habían reequipado adecuadamente. El presidente Alvear se mostraba sensible a los planteos del grupo de los ingenieros militares. Un militar, Mosconi, presidía YPF, que se expandió en la explotación y avanzó en el mercado interno. Es notorio que las Fuerzas Armadas estaban ocupado un lugar cada vez más importante en el Estado.

La vuelta al gobierno de Yrigoyen reactualizó viejos resquemores. Quien se perfilaba como la cabeza natura en el Círculo Militar era el general Uriburu, aunque carecía de sólido arraigo en un Ejército cuya conducta era todavía un enigma.

La vuelta de Yrigoyen

Desde 1926, la opinión se polarizó en torno de la vuelta de Yrigoyen. El yrigoyenismo fortaleció la imagen mítica del caudillo que, en esta ocasión utilizó la bandera de la nacionalización del petróleo. En los años anteriores el problema petrolero se había instalado en la discusión pública, y la presencia extranjera era repudiada. La bandera de la nacionalización se vinculaba con la nueva y fuerte hostilidad de los sectores terratenientes hacia Estados Unidos. Da la impresión de que de alguna manera el petróleo aparecía como la panacea que aseguraría la vuelta a la prosperidad. En 1928 Yrigoyen resultó victorioso. El proyecto de nacionalización fue aprobado por la Cámara de Diputados, pero se detuvo en el Senado.

Mientras tanto, Yrigoyen firmó un acuerdo con Gran Bretaña, que estableció fuerte concesiones comerciales a los británicos. Este tratado muestra a Yrigoyen solidarizado con la corriente de robustecer las relaciones bilaterales con Gran Bretaña, en desmedro de las nuevas con Estados Unidos.

Lanzado a conquistar el último baluarte independiente, el gobierno apeló a los clásicos mecanismos de distribuir empleos públicos e intervenir provincias.

La fuerte crisis de 1929 desató una fuerte inflación, reducciones de sueldos y despidos, que se reflejaron inmediatamente en resultados electorales que no favorecían al radicalismo. La senilidad y la incapacidad para dar respuestas rápidas la crisis por parte de Yrigoyen daba un nuevo argumento a los opositores. Las discusiones giraban acerca de si se buscaría una solución institucional o se apelaría a una intervención militar. Los candidatos a comandarlo eran el general Justo y el general Uriburu. El golpe de Estado sucedió el 6 de septiembre de 1930.

La indiferencia con que fue acogido el fin de una experiencia institucional sin duda importante obliga a una reflexión acerca de su consistencia. Lo que el radicalismo no logró fue traducir institucionalmente el proceso de participación por parte de las masas. Podría decirse que tampoco logró desprenderse de las prácticas corrientes en el viejo régimen. Si después de los cambios planteados por la Primera Guerra Mundial el radicalismo pretendía gobernar democráticamente, tenía que encontrar las formas institucionales de resolución de los conflictos, ampliando los espacios de representación, así como los mecanismos estatales de regulación. Estas cuestiones dominaron el período siguiente.

1930-1943

La Restauración Conservadora

En 1930, el general Uriburu asumió como presidente provisional y le transfirió el mando, en 1932, al general Agustin P. Justo, que había sido electo el año anterior. Este gobierno provisional vaciló entre la “regeneración nacional” y la restauración constitucional.

Regeneración nacional o restauración constitucional

La incertidumbre era común a todos los que había concurrido a derribar al gobierno de Yrigoyen e interrumpir la continuidad constitucional. La mayoría apoyaba la política de mano dura adoptada con el movimiento social. Pero la movilización social, por parte de sindicalistas, anarquistas o comunistas, era escasa.

Para los protagonistas del golpe, la revolución se había hecho contra los vicios atribuidos de la democracia, pero no había acuerdo sobre qué hacer luego, y se vacilaba entre diversas propuestas. Los nacionalistas sostenían un elitismo autoritario, fortalecidos por el suceso que estas propuestas estaban teniendo en el mundo. Uriburu hizo todo lo posible por apoyar estas propuesta, predicando las ventajas del corporativismo, pero, al ser derrotado en una elección, se convirtió en un cadáver político. Los nacionalistas, más eficaces para golpear que para construir, se fueron distanciando del gobierno.

En el Ejército, los temas tradicionales contra la democracia se habían integrado con el anticomunismo y un ataque al liberalismo. Reclamaban una vuelta a una sociedad jerárquica, organizada por un Estado corporativo y cimentada por un catolicismo integral. El objetivo principal del Ejército era constituir una nueva minoría dirigente, nacional y no dirigida al extranjero.

Por el otro lado, el grueso de la clase política optaba por la defensa de las instituciones constitucionales. Los socialistas y demoprogresistas pasaron a la oposición. La lucha entre los partidos políticos creo las condiciones para un reagrupamiento de fuerzas en torno a la candidatura de Justo. Justo se presentaba como un militar con vocación civil, que contaba con el respaldo del Ejército. Entre sus líneas predominaba la desconfianza hacia la política y una postura básicamente profesional, que inclinó la balanza en favor de Justo.

La mayor dificultad estaba en los radicales, que entre ellos discutían si se debía apostar a la carta electoral o a derribar al gobierno con un movimiento cívico-militar. Como la candidatura de Alvear fue vetada, los radicales volvieron a su antigua táctica de la abstención, dejando el campo libre a la candidatura de Justo.

En la elección de 1931 lo enfrentó únicamente una coalición del Partido Socialista y el Demócrata Progresista, de escasa organización partidaria. Justo no tuvo un triunfo aplastante, permitiendo que la oposición ganara una respetable representación parlamentaria. Las formas institucionales estaban salvadas y la revolución parecía haber encontrado un puerto seguro.

Justo procuró equilibrar la participación de las distintas fuerzas en su gobierno, aunque se mostró reticente hacia los partidos conservadores. Los partidos oficialistas ganaron las elecciones utilizando técnicas muy conocidas. La aplicación de estos mecanismos sirvió para bloquear el camino al partido conducido por Alvear en 1935. En la provincia de Buenos Aires se vieron las formas más groseras del fraude, que calificaban de patriótico. La estigmatización de estas prácticas demuestra hasta que punto la democracia había empezado a arraigar en la sociedad.

Intervención y cierre económico

La eficacia del gobierno debía quedar demostrada en su capacidad para enfrentar la difícil situación económica generada por la Depresión de 1930. Cesó el flujo de capitales que había alimentado la economía y los precios internacionales cayeron. El déficit del Estado pasó a convertirse en un problema grave. En la crisis, los países centrales utilizaron su poder de compra para defender sus mercados, asegurar el pago de las deudas y proteger las inversiones.

El ministro de Hacienda, Pinedo se avanzó a un rumbo novedoso, delineando dos tendencias que perdurarían. Por un lado, la creciente intervención del Estado y el cierre progresivo de la economía. Por el otro, el reforzamiento de la relación con Gran Bretaña. Se estableció el impuesto a los réditos, que fue aceptado sin discusión por los sectores propietarios.

El hecho de que las finanzas públicas dejaron de depender de los impuestos a las exportaciones y de los préstamos externos sumado a la reducción de gastos del Estado hicieron que el presupuesto se equilibrara. En 1931 se estableció el control de cambios, mediante el cual el gobierno establecía prioridades para el uso de divisas, que repartía no solo entre los sectores internos sino también entre Gran Bretaña y Estados Unidos. En 1935 se creó el Banco central, cuya función era regular las fluctuaciones de la masa monetaria y regular la comercialización de la producción agropecuaria.

Por este camino, el Estado fue asumiendo funciones mayores en la actividad económica, que fue cerrándose progresivamente. La modificación más importante tuvo que ver con la industria, cuya producción empezó a crecer en el marco de la crisis. Se había constituido, en los años anteriores, un mercado consumido de importancia, y el cierre de las economías mundiales ante la crisis llevó a una sustitución de los bienes importados por otros producidos localmente. Los grandes capitales empezaron a dirigirse hacia la industria. La sustitución de importaciones ofrecía un mercado existente y una ganancia rápida.

Los sectores propietarios encontraron en la industrialización sustitutiva un nuevo campo de inversión, abriendo un nuevo campo de negociación entre estos sectores y el Estado. Los cambios en el sector agropecuario fueron menos notables. Se extendió la ocupación de las tierras y se constituyó un amplio sector de productores dependientes de un sector comercial e industrializador. Aquí el Estado intervino para regular la comercialización.

En suma, la crisis creó una serie de condiciones nuevas que hacían muy difícil el retorno a la situación previa. El cierre de la economía, la intervención del Estado y un cierto crecimiento industrial parecían datos sobre los que no se podía retornar.

La presencia británica

La relación con Gran Bretaña resultó basta controvertida. Presionada por el avance de Estados Unidos, optó por concentrarse en su Imperio, acotando en ellos la presencia norteamericana. En 1932, en la Conferencia Imperial de Ottawa, se inclinó hacia los miembros del Commonwealth, quienes tendrían preferencia en las importaciones británicas y reduciría las compras de carne congelada argentina. Esto generó la presión de mucho grupos de poder hacia el gobierno, ya veían que sus intereses estaban en peligro. En un contexto de escasez de divisas y con fuertes demandas de intereses norteamericanos, el tema de las divisas se convirtió en un punto importante para Gran Bretaña.

Roca negoció la cuota argentina de carne en lo que se denominó el pacto Roca-Runciman. Este tratado no logró aumentar la participación de los productores locales en el control de las exportaciones. A cambio, Gran Bretaña se aseguró que la totalidad de las libras generadas se emplearían en la propia Gran Bretaña, ya sea en material ferroviario o el pago de la deuda externa, entre otras cosas. Se aseguraba el cobro de los servicios de sus antiguas inversiones y el control de partes significativas de un mercado interno amenazado.

Pese a que los beneficios no eran parejos para todos los involucrados, el tratado fue apoyado por los grupos propietarios. Casi de inmediato surgieron los conflictos entre los distintos tipos de ganaderos (invernadores y criadores). En el conflicto no se discutieron los términos del tratado sino la forma en que los frigoríficos habrían de manejar los precios internos y las ventajas relativas de unos productores y otros. Se creó, en 1933, la Junta Nacional de Carnes, que regulaba este mercado.

En 1935, Lisandro de la Torre solicitó una investigación sobre el comercio de las carnes en el país. Los senadores reconocieron la existencia de abusos por parte de los frigoríficos. De la Torre denunció el trato preferencia que los frigoríficos le daban a algunos ganaderos influyentes. En una de las sesiones cayó asesinado un compañero de bancada de De la Torre. El gobierno perdió mucho ante la oposición y, en vistas a las elecciones presidenciales, esta reconstituyó sus filas.

De la Torre había sabido dar una amplitud contra el imperialismo y la oligarquía. Varios escritores responsabilizaban tanto a los británicos como a la clase dirigente por no cumplir los verdaderos intereses nacionales. Contraponían la figura de Rosas, expresión de los intereses auténticamente nacionales y una forma de gobierno dictatorial no contaminada por el liberalismo corruptor. Rosas representaba el antiimperialismo y la tradición hispana de una sociedad autoritaria y jerárquica, que contraponían a la contemporánea, corrompida por el liberalismo y el marxismo. Los dirigentes de estas posturas nacionalistas se acercaron a la Iglesia Católica, creando el espacio para la expansión de estas ideas, que empezaban a revertir el tradicional liberalismo de la sociedad argentina.

Un frente popular frustrado

Pese a sus éxitos en lo económico, Justo fue visto como ilegítimo, fraudulento, corrupto y ajeno a los intereses nacionales, generando una creciente movilización social y política. Tuvieron lugar un número sustancial de huelgas que lograron, por estos medios, la satisfacción de una parte de sus demandas. La CGT celebró un acto conjunto con los distintos partidos de la oposición en el que reclamaron por la libertad y la democracia.

En 1936, la UCR triunfó en las elecciones de diputados. Ante esto, el gobierno intervino ciertas provincias y avaló el fraude. Pinedo alertó contra el resurgimiento de las masas y justificó el “fraude patriótico”. La reacción del gobierno se dirigió contra el sindicalismo combativo. La Ley de Residencia fue aplicada contra los dirigentes de la oposición de origen extranjero. Además, el Senado aprobó una ley de Represión del Comunismo, que fue bloqueada por los diputados. Los nuevos éxitos del Tercer Reich servían para generar confianza a la militancia fascista y nacionalista.

Las derechas habían convocado a un “frente nacional”, contra el Frente Popular que se esbozaba. El Partido Comunista había abrazado la consigna del Frente Popular y se lanzó a impulsar la unidad de los “sectores democráticos” para enfrentar al nazifascismo. Se generó la convicción de que las democracias se aprestaban a dar una batalla final contra el fascismo, creando un polo de solidaridad e identificación atractivo y movilizador.

Los grupos intelectuales de Florida y de Boedo se alinearon en el bando de los defensores de la democracia. La instalación de algunas editoriales multiplicó la actividad del mundo intelectual y artístico. En ese movimiento, había un fuerte análisis de los problemas de la sociedad, la crítica y la propuesta de soluciones alternativas. Se trataba un modelo de sociedad organizada racionalmente antes que una incitación a la toma violenta del poder, predominando el espíritu reformista.

Desde 1933, la recuperación económica y la reorientación industrial empezaron a hacerse notar, y la desocupación fue absorbida. Poco a poco fueron creciendo los grupos de trabajadores de las nuevas industrias manufactureras o de la construcción, haciendo resurgir a la actividad sindical. Sus dirigentes continuaron desligando sus reclamos gremiales de los planteos políticos y, gradualmente, obtuvieron algunas mejoras. La jornada de trabajo, por ejemplo, se redujo progresivamente. El presidente Ortiz, que sucedió a Justo en 1938, procuró formarse entre los obreros una base de apoyo, interviniendo activamente en sus conflictos internos. Legalizaba a los sindicatos y utilizaba el poder arbitral del Estado para proteger a los trabajadores. Las numerosas huelgas fueron resueltas por algún tipo de transacción.

Entenderse con uno de los actores principales de la sociedad formaba parte de la estrategia general del Estado intervencionista. Los sindicalistas reconocían la importancia del Estado y hacían de él su interlocutor principal. En esto se basaba la tendencia denominada “sindicalista”.

La pieza clave del frente era la Unión Cívica Radical, cuyo cese de abstención electoral había sido impulsado. El radicalismo contribuyó a mejorar la imagen de las instituciones, cuya legitimidad se hallaba fuertemente cuestionada. Un grupo de radicales, más yrigoyenistas, sostuvo un programa muy innovador en lo social, que criticó el electoralismo conciliador de los dirigentes como radicalistas. El propio Alvear oscilaba entre ambas corrientes, recogiendo mucho del discurso progresista y de izquierda.

La consigna de la democratización resultó tentadora para grupos del oficialismo, preocupados por la legitimidad del régimen. Justo pudo imponer a sus partidarios la candidatura de Ortiz, de origen radical antipersonalista como él, pero debió aceptar la vicepresidencia a un representante de los grupos conservadores más tradicionales: Castillo. Para enfrentar la candidatura de Alvear, se recurrió sin disimulos a procedimientos fraudulentos.

Con el apoyo de Alvear, Ortiz se propuso depurar los mecanismos electorales y desplazar a los dirigentes conservadores de sus principales bastiones. La enfermedad de Ortiz lo obligó, en 1940, a delegar el mando en el vicepresidente Castillo. Desde ese entonces, volvieron a usarse los peores métodos fraudulentos, y el intento de democratización se desmoronaba.

La democracia había arraigado lenta y progresivamente en la sociedad. Quizás los partidos no supieron canalizar y dar forma a esa movilización democrática. El hecho de que las banderas de la regeneración democrática habían pasado a miembros del mismo régimen generó descreimiento ciudadano. Mientras la política quedaba asociada con el fraude, el Estado encaraba la negociación de las cuestiones de gobierno directamente con los distintos actores de la sociedad, ignorando al Congreso y a los partidos políticos.

La guerra y el “frente nacional”

La guerra mundial que se desencadenó en 1939 cambió el panorama político y planteó nuevas opciones. El primer impacto lo produjo sobre las relaciones comerciales y económicas con Gran Bretaña y Estados Unidos. El cierre de los mercados europeos redujo las exportaciones agrícolas, pero, por otro lado, aumentaron las ventas de carne a Gran Bretaña. Una suerte de “vacío de poder” regional, ayudó a que se comenzara a exportar productos industriales a países limítrofes, acentuando el crecimiento industrial iniciado con la sustitución de importaciones, haciendo que el país generara saldos comerciales favorables.

Las exportaciones tradicionales parecían tener pocas perspectivas en el largo plazo, pero las industriales tuvieron perspectivas promisorias. En 1940, Pinedo lanzó su Plan de Reactivación Económica, en el que proponía la compra de las cosechas por parte del Estado, para sostener su precio y estimular la construcción, capaz de movilizar muchas otras actividades. Advertía el problema de una economía excesivamente cerrada en sí misma y proponía estimular las exportaciones a países vecinos y a Estados Unidos. Por esta vía, habría de solucionar un déficit comercial con el país del Norte. Se trataba de una vinculación estrecha con Estados Unidos y una inserción distinta de la Argentina en la economía mundial. Requería un desarrollo mayor de los instrumentos de intervención del Estado, que utilizaría leyes contra el dumping y una intensa promoción del intercambio.

El proyecto fue aprobado por el Senado, pero la Cámara de Diputados, dominada por los radicales, había decidido bloquear cualquier proyecto en forma de repudio a la orientación fraudulenta del gobierno de Castillo. Este proyecto suponía la clausura del bilateralismo con Gran Bretaña.

La dimensión diplomática del triángulo marchaba por caminos diferentes. Desde 1932, Roosevelt cambió su política exterior y la clásica del “garrote” fue reemplazada por la de “buena vecindad”, tratando de fomentar el panamericanismo y las relaciones bilaterales. Esto era difícil con la Argentina, que tradicionalmente se había opuesto a la dirección norteamericana. Los gobernantes de la década del treinta siguieron el rumbo tradicional y obstaculizaron el alineamiento planteado.

La neutralidad en caso de guerra también era tradición, y fue adoptada en 1939, pues permitía seguir comerciando con los tradicionales clientes. Progresivamente la guerra se impuso en las discusiones internas. En 1940, se constituyó Acción Argentina, dedicada a denunciar las actividades de los nazis en el país.

Estados Unidos entró en la guerra y procuró forzar a los países americanos a acompañarlo. En la Conferencia Consultiva de Cancilleres la oposición argentina frustró los planes norteamericanos. Los grupos democráticos, opositores al gobierno, empezaron a recibir fuerte apoyo de la embajada norteamericana. El frente agrupado en torno de las consignas democráticas y rupturistas empezó a crecer. Los rupturistas condenaban simultáneamente al gobierno fraudulento, y quienes se mantenían fieles a él encontraban en el neutralismo una buena bandera para cerrar filas y enfrentar a sus enemigos.

Castillo optó por buscar apoyo entre los militares, por lo que se propuso despolitizar la institución, acallar la discusión interna y mantener el equilibrio entre las facciones. Bajo su gobierno se crearon distintas instituciones que impulsaron el avance de las Fuerzas Armadas sobre terrenos más amplios que los específicos. Rápidamente, las Fuerzas Armadas se constituyeron en un actor político. Los militares fueron encadenando las preocupaciones estratégicas con las institucionales y políticas. Era importante el papel del Estado en una sociedad que seguramente sería acosada en la posguerra por agudos conflictos. Ese ideal de Estado legítimo y fuerte poco se parecía al de Castillo. Esa difusa pero pujante sensibilidad nacional no se limitaba al Ejército, sino que estaba presente en vastos sectores de la sociedad. Así, cuando todo parecía conducir al triunfo del Frente Popular, un “frente nacional” se comenzó a dibujar como alternativa.

En esta nueva inflexión los enemigos de la nacionalidad era Gran Bretaña y la oligarquía. Este antiimperialismo empezó a ser frecuente en los discursos políticos de los radicales y socialistas. El nuevo nacionalismo condenaba a Gran Bretaña y a sus agentes locales, y derivaba en una reivindicación de la figura de Rosas. La preocupación por lo nacional se manifestó, también, en intelectuales y escritores en esfuerzos por develar la naturaleza del “ser argentino”. La expresión intelectual de esta nueva inquietud de defender o constituir lo “nacional”.

La fuerza de esta corriente nacional tardó en manifestarse. Encontrar candidatos no era fácil, y la posible victoria electoral parecía más que dudosa a medida que el gobierno retornaba a las práctica fraudulentas. Las dos alianzas políticas, que se sentían débiles empezaron a cultivar a los jefes militares. Muchos apostaban a la ruptura del orden institucional. Esta finalmente se desencadenó, cuando Castillo pidió la renuncia al ministro Ramírez, candidato radical. En 1943, el Ejército depuso al presidente e interrumpió el orden institucional por segunda vez, antes aún de haber definido el programa del golpe, y ni siquiera la figura misma que lo encabezaría.

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