14.7.10

Juan Abal Medina - Representación política

La muerte y la resurrección de la representación política

Introducción

El libro intentará descubrir cuál fue la verdadera naturaleza de los regímenes políticos que la modernidad vio nacer y cuál es la relación existente entre ellos y las democracias contemporáneas. Nuestras actuales formas de gobierno no son la aplicación a una escala mayor de la democracia clásica que existió en Grecia. Las nuevas formas políticas se basaron en la idea de representación a la hora de diseñar sus instituciones políticas, llegando incluso a prohibir el autogobierno.

La selección de gobernantes por procedimientos de sorteo y la Asamblea han sido reemplazados por los partidos políticos y las elecciones periódicas. En América Latina, las transformaciones sociales acontecidas durante el siglo XX fueron restando credibilidad a la metáfora representativa y vaciando de legitimidad a los regímenes políticos. Desprovista de su sustrato social, la representación se vuelve muy débil.

El modelo parlamentario (1830-1890)

El primer tipo ideal de política moderna es el modelo parlamentario. Durante el siglo XVIII, el capitalismo empezaba a organizar la vida social y a desmantelar el orden tradicional. El escaso desarrollo de los aparatos estatales los llevaba a aplicar o el laissez-faire o un proteccionismo. En éste contexto surgieron surgieron los primeros partidos políticos relacionados con los parlamentos. La representación se constituía como una relación muy directa, posible gracias al reducido cuerpo electoral. Sumado al carácter uninominal del sistema electoral esto originaba una relación individual entre el representante y sus electores.

En este modelo los que votan son pocos, entre los que se encuentran los notables. Este tipo de ciudadanía restringida, o censitaria, generaba un cuerpo electoral muy uniforme. Los partidos políticos que surgieron dentro de estos parlamentos surgieron de manera espontánea, como expresión de los distintos intereses sociales. Estos partidos no tenían existencia por fuera de las cámaras parlamentarias, y son llamados partidos parlamentarios. Para que la representación funcionara hacía falta que los electores se sintieran representados por sus representantes.

El lento pero sostenido crecimiento de los cuerpos electorales y la radicalización de las disputas políticas fueron llevando a estos primeros partidos a “salir” de las cámaras y extenderse a la sociedad. Las posturas políticas comenzaron a externalizarse y se generalizaron en el seno de la sociedad.

El modelo de masas (1910-1970)

Durante el siglo XIX, la urbanización e industrialización hizo que emergiera un nuevo actor social, la clase obrera. Las luchas de los sindicatos tuvieron un papel fundamental a la hora de ampliar la ciudadanía, terminando con los umbrales censitarios. De esta manera, la moderna democracia de masas se constituía sobre la base de cuerpos electorales amplios y heterogéneos.

Paralelamente, el Estado tomaba la forma keynesiana, y pasó a ocupar un lugar central en la sociedad, en contraposición a los estados de tipo “liberales”. El Estado buscaba ampliar la inclusión efectiva de las capas sociales inferiores. Éste actuaba como un agente de desarrollo económico, para evitar las recurrentes crisis.

La relevancia de las decisiones estatales para la vida de los ciudadanos se volvió fundamental. Así, los partidos políticos asumieron las principales características del modelo de partido de masas, requirieron la afiliación de sus miembros al partido. La estructura organizativa de un partido de este tipo tenía una alta densidad y complejidad institucional, generando una estructura piramidal, en cuyo vértice se encontraba la dirección nacional del partido.

La desconfianza con la que estos nuevos actores miraban al parlamento llevaron a que los bloques parlamentarios carecieran de poder real y fueran controlados por la dirección del partido. Se alentaba un voto despersonalizado en el que el elector depositaba su confianza en el partido y no en los candidatos. El sistema electoral que se asocia con este modelo de partido es el llamado “sistema proporcional”.

Las diferencias entre los partidos parecían ser el reflejo de las divisiones sociales. La representación política ha ido perdieron la condición de confianza “personal” propia de los partidos de notables, para adoptar la forma de representación de intereses. Una vez en el parlamento, los representantes le debían obediencia al bloque partidario, por lo que se volvió inútil el “debate parlamentario”. Si alguno desobedecía al partido, sus votantes no lo volverían a elegir en las siguientes elecciones.

El modelo electoral (1980-¿?)

Los aparatos estatales presentes en el modelo anterior han ido disminuyendo sus competencias y separándose de la esfera económica, producto de las crisis fiscales y los déficit de una economía globalizada. Al cambio de tipo de Estado se le corresponde un cambio en el tipo de partidos políticos. Las organizaciones partidarias se vuelven más limitadas y menos representativas. Al no poder garantizar políticas públicas específicas, el partido va perdiendo sus referentes sociales.

Nos encontramos frente a “partidos atrapa todo”, que se acentúan hasta constituir un nuevo modelo de partido: el profesional electoral. Aquí, los partidos reducen su expresión ideológica y flexibilizan sus programas para obtener un mayor alcance. La individualización de los intereses hace que cada vez sea más difícil implementar políticas que se dirijan a un grupo social en especial. Además, la influencia de los medios masivos de comunicación lleva la política a las casas de los ciudadanos.

La lógica de este modelo no se corresponde con los sistemas electorales de representación electoral. Los electores cada vez más quieren “conocer” a sus representantes. Esto lleva a la adopción de sistemas electorales mixtos, que incorporan la personalización del voto.

Si los partidos no expresan más intereses sociales ni presentan propuestas claras a sus electorados, ¿en qué sentido representan? La credibilidad de la relación entre representantes y representados es mucho menos densa que antes. Si las organizaciones partidarias se aproximan al modelo electoral, pero no pierden su condición de “partido”, manteniendo algún grado de proyecto, la relación representativa se mantiene. Si se transforman en meras agencias electorales capaces de adoptar cualquier programa, el lazo representativo se pierde.

Éste es el núcleo de la crisis contemporánea de la representación política. Actualmente es difícil indicar con claridad una organización como un partido electoral puro, del modo como lo hacíamos con los dos modelos anteriores. Podemos sostener que en contextos de esta naturaleza el partido electoral se transforma en un instrumento absolutamente incapaz de general algún lazo representativo, incapaz de gobernar sociedades cada vez más cansadas y hartas de la política.

La sociedad fragmentada

Las sociedades modernas eran por naturaleza heterogéneas y en ellas los partidos congregaban a individuos más o menos semejantes. Los partidos políticos representaban a los actores sociales. Desde los años ochenta, los ciudadanos se alejan de lo político. En el juego político, los espectadores-representados ya no se sienten identificados con los actores-representantes. En lo que se llama “posmodernidad” el proceso de individuación niega cualquier pretensión de reunificar lo social y se pierde la fe en la capacidad humana de producir y pronosticar el futuro. Las identidades colectivas se van perdiendo. Las unidades homogéneas que constituyen una sociedad heterogénea son cada vez más reducidas. Representar lo social parece volverse imposible ya que, el individuo posmoderno es, prácticamente, la fragmentación del “yo”.

La representación postsocial

Aceptando que la sociedad contemporánea impide el “juego político” representativo ¿que ocurre con el sistema partidario? El sistema de partidos no puede seguir siendo visto como un mecanismo agregador y representador de voluntades políticas. En la actualidad, su cualidad “autorreferencial” consiste en su capacidad de establecerse y reproducirse a sí mismo. El ciudadano medio visualiza lo político como algo distante y remoto. Lo que está en crisis actualmente es la forma en que se legitiman los gobiernos electorales. Estaríamos en presencia de algo así como una representación postsocial, desprovista de relaciones homológicas y cuya verosimilitud es autorreferencial.

La opinión pública parece transformarse en una tan irresistible como incierta e incompetente. Los dirigentes políticos se van convirtiendo en una especie de candidatos permanentes que se juegan día a día su destino en el índice de popularidad. Parece que lo político no puede abstraerse la lógica massmediática que lo impulsa a transformarse en una “dramaturgia”. Los “metaelectorados”, construidos gracias a la capacidad de las consultoras de difundir sus estudios, anticipan al ciudadano medio por quién va a votar y por qué va a hacerlo. Si la representación resulta cada vez menos creíble y no logra generar una legitimidad sólida a nuestras democracias, es imprescindible encontrar herramientas institucionales que la fortalezcan. Creemos que ésta será la clave de la reconstrucción de la legitimidad de la representación.

La reconstrucción de la legitimidad política: representación, participación y más allá

Nuevamente está en cuestión la capacidad de los ordenamientos institucionales para superar los retos que los cambios sociales y políticos le presentan. La permanente sensación de crisis del modelo electoral puede ser entendida como la debilidad de una representación que ha perdido todos sus lazos sociales. Podríamos mencionar los senderos que podrían transitar nuestras instituciones públicas. En primer lugar, no hay retorno a la representación social. En segundo lugar, esta representación postsocial genera identidades demasiado frágiles para sostener la legitimidad de la democracia de masas.

El camino para reconciliar la política con la sociedad debería consistir en un doble proceso de legitimidad política en el que las instituciones se adecuen para personalizarse y ciudadanizarse. Se debería buscar la participación ciudadana activa. Se debería abrir los espacios horizontales para la identificación de los problemas, la discusión política y la construcción de consensos. También se deberá asumir la necesidad de un cambio de escala hacia una democracia global. Abrir la política a todos debe ser el desafío del siglo que comienza si no queremos que nuestras democracias terminen muriendo.

4 comentarios:

  1. Anónimo12.7.11

    muchisimas gracias!

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  2. Anónimo11.9.13

    la primera y tercera parte?? donde las puedo encontrar?

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  3. Anónimo24.10.13

    dond la vas a encontrar?...vas a tener que comprar el libro...está muy bueno...y es muy ameno. esto debido tambien a la editorial que se dedica a producir este tipo de material...

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  4. Anónimo28.4.14

    necesito saber sobre el pasaje de democracias restrigidas a las politicas de masas. donde lo puedo encontrar?

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